El poder que ejerce la
política por medio de leyes – y por política entendemos todas las instituciones
que ejercen poder sobre las masas- no se ejerce directamente sobre la vida de
los individuos, pero sí crea un escenario en el que estos quedan relegados a las
paredes en las que pueden ejercer su derecho amplio al erotismo y a la
sexualidad. Un escenario en el que el deseo es empujado a lo privado y se
califica dentro de este como “lo íntimo”.
Pardo en “La intimidad” nos da
un indicio de las implicaciones sociales que podría tener esta esfera íntima en
el concepto que tenemos de nuestra sociedad:
“Los confidentes
(como los confesantes) nunca dicen la verdad acerca de sí mismos (y eso, la
verdad acerca de sí mismo, es precisamente la intimidad)”.
Siendo lo oculto “la verdad
acerca de sí mismo[s]” y la sociedad lo que creeríamos o nuestra base
inapelable, o el reflejo de todas nuestras apelaciones, nos encontraríamos
inmersos en un problema social de identidad que nos encuadra en una lucha
contra lo que no conocemos y desde lo que creemos saber de nosotros mismos.
Así,
ejemplos como la liberación sexual, la emancipación de la mujer, entre otros,
nos sitúan en un panorama de lo que sería la lucha de lo íntimo que traspasa
los límites de lo privado y construye un discurso en la esfera pública que lo
único que logra – fuera de reacciones jurídicas y discursos de aprobación y
rechazo- es que ese poco conocimiento que tenemos de nosotros mismos se vaya
desvaneciendo al doblar las esquinas de una falsa sociedad, y termine por
confundirse con discursos homogéneos sobre la correcta conducta de los
individuos, que también traspasan los límites de lo público, de lo privado y se
alojan en la esfera íntima.
Tenemos,
por ejemplo, el mito de Adonis de la Grecia Antigua, en el que Adonis (hombre
griego, hijo de Mirra) por ser el reflejo del deseo sexual femenino y del
erotismo, fue asesinado por una jauría de jabalíes enviados por Artemisa. A
raíz de esto, las mujeres griegas celebraban una fiesta anual para evocar este
mito. Brincaban desnudas en los tejados, plantaban lechugas que luego dejaban
secar y se veían envueltas en juegos eróticos y sexuales entre ellas, a ojos de
todo público. Los hombres, a regañadientes, aceptaban la celebración y dejaban
la ciudad a disposición de las mujeres durante toda esa semana.
Las
reacciones ante este mito nos muestran dos cosas: una, que para las mujeres era
necesario un escape erótico, y que era indispensable que este fuera público, ya
que demostraba a los varones sus fijaciones sexuales y cómo ellas, aun a falta
de Adonis, podían verse erotizadas, y dos, que en la astucia del ejercicio
político se afloja esporádicamente el lazo de la opresión para luego oprimir
mejor, como hicieron los hombres que dejaban la ciudad en manos de las mujeres
una semana, para luego regresarlas a la cotidianidad de lo privado y dominarlas
sin sobresaltos. Las fiestas de Adonis eran puntos de resistencia política y
erótica, instrumentados por las griegas clásicas.
Ahora,
en el psicoanálisis freudiano, el deseo sexual se rige por un principio de
placer, pero lo importante aquí es resaltar que este deseo se enfrenta a la
ley, a los “preceptos del tabú”, a la conciencia moral que define lo que está
bien y lo que está mal, lo que debe ser y lo que no debe ser; por eso, para
Freud, entre deseos inconscientes y prohibiciones sociales, la sexualidad,
cargada de erotismo, es necesaria dentro de la brecha de prohibición y aumento
de deseo.
El dominio de este principio
de realidad sobre este principio de placer exige restricciones sobre la vida sexual
y esto genera un malestar, ya que la sexualidad es tanto fuente vital
indispensable como recurso para lograr momentos de profunda alegría. Así,
entonces, nace el tabú, en el que la ley y las costumbres establecen
limitaciones e imponen una vida sexual idéntica para todos; así, la mayoría de
las satisfacciones sexuales son prohibidas como perversiones, y según Freud, como
solo los individuos débiles se someten a tales leyes de legitimación de la
sexualidad, las transgresiones son inevitables. Ahí encontramos otra expresión
de resistencia del erotismo al poder que lo somete, ahora desde la esfera
íntima.
Llegando entonces al concepto de dominación política y
relacionando este con el de dominación sexual, nos encontramos algo que
Nietzsche llamaría el “eterno retorno” aplicado a este campo: el principio de
dominación-rebelión-dominación, que se puede evidenciar tanto en la
visibilización de la sexualidad, como en cualquier efecto político que pueda
tener una respuesta popular. A esta respuesta, Marcuse la llamaría “principio
de actuación”, la cual exige una conducta de acuerdo con el orden moral
establecido, y se plantea en una relación entre el “superyó social” freudiano y
la teoría marxista de alienación:
Los hombres no viven sus propias vidas, sino que realizan funciones
preestablecidas… La libido es desviada para que actúe de una manera socialmente
útil, dentro de la cual el individuo trabaja para sí mismo solo en tanto que
trabaja para el aparato, y está comprometido en actividades que por lo general
no coinciden con sus propias facultades y deseos.
Bajo el principio de
actuación, el individuo es libre de vivir su represión como su propia vida:
desea lo que se supone que debe desear, sus satisfacciones son provechosas, es
racional y puede llegar a ser feliz. Aquí, vemos cómo hay una organización excesivamente
represiva de la sexualidad desde la política; el hecho de mantener núcleos
familiares monogámicos que están organizados en torno a la procreación, aun
cuando sus instintos sexuales fueron desplazados y llevados al límite de la
desexualización.
Considero que,
basados en esto, y con mucho aún por decir, se puede concluir que el dominio
político de la sexualidad ha llevado a la erotización a desaparecer
paulatinamente, y se ha utilizado su fantasma como excusa para mantener una
sexualidad instrumental que lejos de ser un fin en sí misma, sirve para el
sostenimiento de una sociedad represiva, que en lugar de haber evolucionado un
cimiento erótico por dar tiempo al placer y al ocio, se ha erigido como el apoyo
fundamental para un orden cada vez más irracional y desexualizado.
En el sistema
capitalista de dominación, no existe una liberación sexual, solamente un proceso
de satisfacción controlada que entre más desinhibido es, menos potencia rebelde
tiene contra lo establecido, y por eso entre más prácticas sexuales se hagan
visibles, y más se luche por ellas obteniendo un mínimo de espacio dentro del
orden social, más inofensivas serán, y menos nos van a servir como instrumento
para el complejo conocimiento de nosotros mismos.
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